Rascarse el ombligo porque sí

 


Entretengo mi oído y compruebo que el silencio de la calle solo es deshecho por algún pájaro urbano o algún coche que se va acoplando a la velocidad del día. Y me agrada.

Está el día como por estrenar y demasiadas cosas ocupan mi agenda de cabecera. 

"Demasiado temprano para agobios", me digo, deteniendo mi ruido mental.

En ocasiones las sensaciones nos aturden y podemos incluso pensar que es más lo que nos queda por hacer que lo que realmente hemos realizado, fruto de nuestra ambición personal o de nuestro ego maltratado, tal vez.

Pero "hay que hacer...", siempre hay algo que hacer. Y si no, lo buscamos, porque nos han aleccionado en el engranaje y la productividad. Nos es inconcebible pararnos a rascarnos el ombligo por el mero hecho de sentir el placer de no hacer nada durante un rato.

Y así, una y otra vez, caemos o bien en el saco de la codicia o, no sé si peor, en el de la frustración. 

"Tenemos que hacer", "tenemos que ser", "tenemos que llegar", "tenemos que conquistar, lograr o conseguir esto o aquello..." Y así se nos pasa la vida sin valorar en su justa medida el instante que vivimos y en el que, una sencilla sonrisa o un beso volado, se convierte en un trofeo diario.

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