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Mostrando entradas de marzo, 2020

Decíamos que la salud era lo importante, pero no lo era

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Todos, en algún momento, hemos dicho eso de "la salud es lo importante. Habiendo salud hay de todo" . Pero nos hemos dado de bruces contra la realidad. Ahora lo entendemos. Ahora que vivimos confinados en nuestros hogares, viendo como se derrumba el modelo económico y productivo que habíamos diseñado... Y aguardamos. Y nos decimos: "ya esos se arreglará. Eso después. Ahora, lo importante es la salud. No contagiar ni contagiarnos" . Ahora que le vemos las fauces al lobo, ahora que entendemos que las fronteras son permeables, que no hay tanta diferencia entre unos y otros porque todos somos iguales. Ahora que apreciamos la fragilidad de la vida y la dureza de la muerte en soledad... Ahora valoramos más lo que tenemos y a quien tenemos. En estos días de encierro saludable nos damos cuenta que las posesiones, a las que hemos entregado nuestro tiempo, son efímeras y poco útiles. Las cuatro o cinco paredes de tu casa te bastan para sentirte a salvo, con los tuy

Los mayores merecen nuestra empatía en estas horas grises

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Desde que empezara esta maldita realidad protagonizada por el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19 (coronavirus), no se ha publicado ni una sola noticia en la que no se explique que son, principalmente, las personas mayores las más afectadas, además de las que padezcan enfermedades con mayor riesgo. Al principio, allá por finales de diciembre o en las primeras semanas de enero, lo que acontecía o parecía que iba a acontecer nos quedaba lejos. Era como si con nosotros no fuera, creyéndonos privilegiados sociales... Creo que, por entonces, nadie imaginó la trascendencia y el impacto que esto podría tener en nuestras ciudades, en nuestro entorno más próximo, en nuestras familias, en nuestros hogares. Hoy, obligados al confinamiento, regalando nuestra libertad a cambio de una salud colectiva, se cuentan los infectados por decenas de millar y a nuestros fallecidos por miles. Y seguimos señalando con el dedo a ellos y ellas como futuribles afectados en el peor

El vals de las aceras

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Desde mi ventana se ven las dos aceras: la que da entrada a mi casa y la contraria Ambas son iguales y soportan, casi, idéntico peso. En ocasiones parecen juntarse, cuando la calzada se adentra en la curva, pero solo es una ilusión óptica (afortunadamente). Casi podría decirse que se han descubierto la una a la otra aprovechando el espacio que ha dejado la ausencia del trasiego. Mis aceras siempre están repletas de ruido, bueno, estaban... Ahora permanecen en silencio y hasta podría escribir que parecen estar más guapas. Las miro y las descubro repletas de historias: la de los niños que corretean por ellas cada día, en su ida y vuelta al cole, la de la señora que va a comprar el pan a diario (bueno, esa creo que sigue yendo sin importarle nada), la de la pareja que camina al mismo paso y al mismo latido, la del señor que va cada tarde a sentarse a la plaza a conversar y a arreglar el mundo. ¡Creo que nunca las había observado tanto! De repente pienso en sus orígenes, imagino

“Llegué a pensar en acabar con mi vida por las dichosas tarjetas”.

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Marta P. (no es su auténtica identidad) nos cuenta el auténtico calvario que ha vivido desde hace casi 10 años y que ahora, con la sentencia del Supremo, podría tener fin. Marta fue una víctima más de la adversidad económica que afectó a tantísimas personas, familias y empresas entre 2008 y 2013, momento álgido de la crisis. Dicen que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Y así parece que pasó. Con 45 años su pareja la dejó sola con las dos hijas menores.  En pleno verano del 2008, deambulando por la calle y haciendo cábalas para llegar a fin de mes y afrontar la vuelta al cole en septiembre fue interceptada por un joven que le ofreció la solución a sus problemas. Con portafolio en mano le vendió la posibilidad de cambiar su vida aceptando una tarjeta de crédito con un fondo de 2.000 euros, a pagar en “cómodos plazos”, sin más requisito que una fotografía de su DNI y una cuenta bancaria. “Me preguntó si trabajaba y cuánto ganaba. Como l