Los Guardianes de la tranquilidad: crónica de los ofendidos por todo
Cada vez más el club de los ofendiditos va ganando adeptos. No se sabe bien por qué ni para qué, ni tampoco importa. La única condición imprescindible para pertenecer a este club es ofenderse por cualquier motivo, por cualquier cosa.
Suele ser frecuente leer en prensa y en redes sociales multitud de quejas por esto o por aquello; por ejemplo, en la zona rural molesta el olor a granjas, en la celebración de los carnavales molesta el ruido, en la playa molestan los peques que juegan o en el entorno de una iglesia molesta que suenen las campanas…
En un mundo lleno de música y color, existe una especie de grupo selecto de individuos/as –cada vez más extenso, por cierto-, que parecen haber tomado la misión de proteger la paz y la serenidad a toda costa (bueno, más bien “su paz y serenidad”). Y no están dispuestos a pasar nada por alto, puesto que poseen un montón de soluciones para aplicar a problemas “magnificados”, desde el bullicio de una fiesta puntual hasta el alegre griterío de los niños en un parque o en la playa. Pareciera que estos guardianes de la tranquilidad vivieran sintiéndose acosados por las pequeñas alegrías de la vida.
¿Por qué tienen que venir a jugar los críos a la plaza? ¿Por qué tienen que correr y salpicar el agua del mar en la playa? ¿Por qué en mi casa de campo tengo que oler a tierra húmeda? ¿Por qué en mi apartamento de verano tienen que hacer tanto ruido, con risas incluidas, en la piscina? ¿Por qué tengo que hacer cola en una franquicia de moda en plenas rebajas?..., son solo algunas de las constantes quejas a las que asistimos un día sí y otro también. Los coches contaminan y los carriles bicis ocupan demasiado espacio. Cuando llueve, porque llueve, y cuando no, por lo contrario.
¿A qué viene todo esto? Confieso que nunca antes había experimentado tanta curiosidad por la inauguración de un parque infantil en una plaza de barrio, como hasta hace unos días.
Me explico: en mi recorrido diario por mis redes sociales me detuve ante una fotografía de un conjunto de columpios. La verdad, uno de los toboganes llamó mi atención: solo verlo me produjo claustrofobia (pero también he de escribir que nunca me gustaron los toboganes, ni este de la foto, ni ningún otro). “Si los críos se divierten y sus papis-mamis les permiten interactuar en ese trasto, muy bien”, me dije. Y seguí fisgoneando en el gran listado de comentarios. Los columpios en sí fueron sometidos a todo tipo de críticas. Nada que añadir, opinar es saludable. El problema surge cuando las opiniones se convierten en conspiraciones y, ¡hasta en acusaciones! Parece que cualquier asunto es idóneo para calumniar al gobierno de turno, el que sea y del color que sea. En fin, que no terminé de entender si las críticas estaban destinadas a los columpios, al parque o al gobierno local.
Tal fue el asunto del dichoso parque - “parquito”, que tampoco es tan grande-, que no me extrañó que el tema saliera en prensa. Concretamente, el periódico El Día se hizo eco del disgusto de una pequeña parte de la vecindad. Al parecer su enojo venía porque no les habían consultado y porque colocaron un área de juegos para niños y niñas en la plazoleta en la que ellos –los mayores, supongo-, gozaban de un ambiente de tranquilidad. Tampoco les gustaba la idea de los niños jugando al lado de la iglesia porque “el ruido molesta en el momento de oficiar la misa”. Pero, ¿habrá sonido más agradable para el recogimiento y la sanación del espíritu que las voces y el gorjeo de risas infantiles? ¿Es que han olvidado aquella proclama de Jesús en la que pedía “dejad que los niños se acerquen a mi”?
Sinceramente, a veces no logro entender. Se quejan de que ya no se ven niños en la calle jugando, de que están enganchados todo el día en móviles y tablets, que faltan espacios públicos para que los peques jueguen y sociabilicen –algo sumamente necesario-, pero les molesta que esos lugares de esparcimiento infantil estén en las plazas. ¿Dónde quieren que estén, en los barrancos? ¿Qué prefieren en las plazas de barrios, niños que jueguen o que se droguen…?
Y esto no es algo puntual de este parque o de esta zona. Es una circunstancia que se generaliza cada vez más en cualquier lugar, por cualquier motivo, da igual que sea un parque, un aparcamiento o una isla de residuos. Siempre hay algo que molesta a alguien.
Estas personas tan sensibles nos recuerdan que, aunque la vida está llena de momentos vibrantes y alegres, siempre habrá quienes prefieran la calma absoluta, las calles vacías, los lugares acotados, las playas sin gente. Y todo así para su propio disfrute, claro. En su búsqueda incesante por evitar cualquier tipo de perturbación, nos enseñan que incluso las pequeñas alegrías pueden convertirse en grandes molestias para aquellos que han decidido vivir en su propio mundo, como seres privilegiados.
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