Los mayores merecen nuestra empatía en estas horas grises


Desde que empezara esta maldita realidad protagonizada por el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19 (coronavirus), no se ha publicado ni una sola noticia en la que no se explique que son, principalmente, las personas mayores las más afectadas, además de las que padezcan enfermedades con mayor riesgo.

Al principio, allá por finales de diciembre o en las primeras semanas de enero, lo que acontecía o parecía que iba a acontecer nos quedaba lejos. Era como si con nosotros no fuera, creyéndonos privilegiados sociales...

Creo que, por entonces, nadie imaginó la trascendencia y el impacto que esto podría tener en nuestras ciudades, en nuestro entorno más próximo, en nuestras familias, en nuestros hogares.

Hoy, obligados al confinamiento, regalando nuestra libertad a cambio de una salud colectiva, se cuentan los infectados por decenas de millar y a nuestros fallecidos por miles. Y seguimos señalando con el dedo a ellos y ellas como futuribles afectados en el peor de los escenarios. Y actuamos como si fuera normal, comentamos los sesgos de edad de los más afectados y casi suspiramos por no estar en ellos...

Hoy me he parado a imaginarlos en la soledad de sus hogares, donde llevan muchísimo tiempo "confinados", casi acostumbrados y resignados a estar solos y solas.
Hoy los he imaginado viendo las noticias, leyendo periódicos, escuchando la radio y, concluyendo que sus días están contados, que irremediablemente van a morir en la misma soledad en la que han vivido...

Hoy los he imaginado en las camas de los hospitales recuperándose de una fractura de cadera, de una subida de azúcar o de un simple catarro... y me he puesto en su lugar sintiendo ese pánico y angustia de saberse desahuciado y de ver cómo la sociedad lo acepta, con toda normalidad, como un mal menor. 

Siento -y hago autocrítica-, que nos hemos olvidado del calor y la seguridad que esas manos nos han proporcionado a todos cuando, a todos, nos envolvían "otros fríos". 
Siento que el egoísmo individual nos está llevando a pensar que, mientras sea a ellos, el resto estamos salvados.

Desde aquí te digo que no te abandono, que eres importante en mi vida aunque no te conozca, que sigo en casa resguardada para no llevar hasta la tuya los virus que pueda transportar.

Necesito que sepas que, cuando pase esto, deseo verte en la calle de la mano de ese niño o niña que cuidas mientras su papi y mami trabajan. Quiero que estés delante de mi en la cola del supermercado, o detrás de mi metiéndome prisa (aunque pueda resultar molesto, sinceramente me provocas la sonrisa cuando no me ves). Además, también me encantará que te cueles a la entrada de la tienda (sueles hacerlo con frecuencia, “son ventajas de la edad”, piensas). Y cuando me pares en la calle para preguntarme no sé qué, me gustará escucharte contar esas historias... Te miraré con otros ojos cuando te vea en las manifestaciones por “unas pensiones justas” porque sé que sigues luchando por el futuro de todos. Te escucharé en los medios y te leeré con más detenimiento, ¡tienes tanto que enseñar!
En resumen, que de esta vamos a salir y que te necesitamos, ¡tú cuentas y nosotros deseamos seguir contando contigo!.

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