El vals de las aceras



Desde mi ventana se ven las dos aceras: la que da entrada a mi casa y la contraria

Ambas son iguales y soportan, casi, idéntico peso. En ocasiones parecen juntarse, cuando la calzada se adentra en la curva, pero solo es una ilusión óptica (afortunadamente). Casi podría decirse que se han descubierto la una a la otra aprovechando el espacio que ha dejado la ausencia del trasiego.

Mis aceras siempre están repletas de ruido, bueno, estaban... Ahora permanecen en silencio y hasta podría escribir que parecen estar más guapas.
Las miro y las descubro repletas de historias: la de los niños que corretean por ellas cada día, en su ida y vuelta al cole, la de la señora que va a comprar el pan a diario (bueno, esa creo que sigue yendo sin importarle nada), la de la pareja que camina al mismo paso y al mismo latido, la del señor que va cada tarde a sentarse a la plaza a conversar y a arreglar el mundo.
¡Creo que nunca las había observado tanto!

De repente pienso en sus orígenes, imagino el momento en el que alguien decidió construirlas, así y no de otro modo. No sé, podrían haber sido más anchas; tal vez más bajas,casi a ras de suelo. ¿Por qué grises y no blancas o negras...?, me pregunto.
En realidad, pienso que a ellas lo físico les da un poco igual. "Estando sanas y fuertes, lo demás no importa", supongo que dirían si hablaran

Ellas parece que me ven sin mirarme. Intuyo como que me llaman, que me invitan a pasear por ellas. Pero no puedo, no debo... Además, siento como si desde el frío cemento del que están hechas me susurraran ese estribillo de la canción de Maná:

Pero no puedo
Pero no puedo
No, yo no puedo vivir sin ti

Pero no puedo
Pero no puedo
No, yo no puedo acercarme a ti

Las miro y remiro con detenimiento y descubro que en ellas también cabe aquello de "yo y mis circunstancias" porque, a fin de cuentas, su estado depende de quien pasee por ellas, de como las traten...

Ahondo un poco más y paseo mi vista por cada uno de sus encantos y defectos concluyendo que las acepto como son.
Es más, desde la resignación de mi ventana me prometo que pondré todo lo que esté de mi parte para cuidarlas, para mimarlas, para bailar sobre ellas cuando el miedo a pisarlas desaparezca, danzando al ritmo del vals de las aceras...

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