¿Y tú de qué te disfrazaste, mi niño?
Recuerdo con cariño aquellas tardes largas de costura de disfraces, precedidas por encuentros entre amigas en los que la lluvia de ideas para lucir un atuendo cómodo, divertido y económico ocupaba casi el sentido de la vida de aquellos momentos. Los carnavales comenzaban con la puesta en marcha del disfraz. Escoger la idea y desarrollarla constituía el principio de la hazaña carnavalera. El siguiente paso sería buscar las telas, aguantar tardes de cola en los almacenes “El Kilo” o en “Las Tres Muñecas”. ¿Y los adornos? ¿Y los complementos? Aquí se ponía en marcha la máquina mental de la reutilización y el reciclado: cartones que se convertían en guitarras, madejas de lana que adoptaban la forma de pelucas o sábanas sin estrenar que adquirían la forma de largas capas, "manchorreadas" de tintes de colores que las hicieran más atractivas y “únicas”. Con los años los tejidos y diferentes telas se ofrecían así mismas al menesteroso deleite del diseño. Nos atrapaban los estampado...