¿Y tú de qué te disfrazaste, mi niño?
Recuerdo con cariño aquellas tardes largas de costura de disfraces, precedidas por encuentros entre amigas en los que la lluvia de ideas para lucir un atuendo cómodo, divertido y económico ocupaba casi el sentido de la vida de aquellos momentos.
Los carnavales comenzaban con la puesta en marcha del disfraz. Escoger la idea y desarrollarla constituía el principio de la hazaña carnavalera. El siguiente paso sería buscar las telas, aguantar tardes de cola en los almacenes “El Kilo” o en “Las Tres Muñecas”.
¿Y los adornos? ¿Y los complementos? Aquí se ponía en marcha la máquina mental de la reutilización y el reciclado: cartones que se convertían en guitarras, madejas de lana que adoptaban la forma de pelucas o sábanas sin estrenar que adquirían la forma de largas capas, "manchorreadas" de tintes de colores que las hicieran más atractivas y “únicas”.
Con los años los tejidos y diferentes telas se ofrecían así mismas al menesteroso deleite del diseño. Nos atrapaban los estampados y las texturas, los peluches y las plumas, los sombreros de plástico de diferentes formas y colores que rebosaban el mercado del complemento. Y con todo, con un poquito de esto y de lo otro, añadiéndole aquel y aquello, nos confeccionábamos un disfraz que lucíamos presumiendo de nuestra destreza con la aguja, con el pegamento y la silicona, pero sobre todo orgullosos y orgullosas de nuestra creatividad e ingenio.
Hoy por hoy, los carnavales siguen siendo esa época del año en la que la Isla -y toda Canarias-, se transforma en un desfile de colores, risas y… disfraces que parecen haber sido diseñados por un comité de extraterrestres con una obsesión por el brillo y el "más de lo mismo". Pero, ¿Qué ha pasado con la creatividad? Ahora, parece que los carnavaleros y carnavaleras han decidido que “comprar” es el nuevo “crear”.
En lugar de pasar horas buscando telas y patrones, la mayoría se dirige a la tienda de artículos chinos más cercana. Y no me malinterpretes, ¡también soy cliente! En realidad, son como un parque temático del consumismo: desde pelucas que desafían las leyes de la física hasta trajes que parecen haber sido sacados directamente de una película de ciencia ficción de bajo presupuesto.
Quizás por esta razón, por falta de creatividad o de tiempo –que también merece ser tenida en cuenta esta variable-, los verdaderos artistas del carnaval son aquellos valientes que rompen moldes y se distinguen con sus propios diseños, únicos y altamente aplaudibles. Sin ir muy lejos, no hay más que ver cómo han sobresalido de los cientos de miles de disfrutones/as del carnaval y viralizado en las redes sociales los protagonistas del “Carril bici”, el dulce grupo de “Carrito de helados Califasnia”, la alegoría de “Padre Anchieta en su rotonda-pasarela", "las lavadoras" o los “Almanaques marianos”, sin duda pura fantasía. ¡Imaginación al poder!
Mención especial merecen también los valientes que lejos de discurrir en la riada del "todos iguales” han optado por personalizar sus disfraces comprados. Por ejemplo, un chico decidió añadirle unas alas a su disfraz de pirata comprado en oferta. El resultado fue tan espectacularmente desastroso que parecía más un ángel caído que un bucanero. Pero hacía gracia y la risa llegaba. ¡Aquí hay creatividad y talento (una lástima que no haya subvenciones)!
Y mientras todos bailan al ritmo del “Marejada, marejada” y, sin prestar demasiada atención a qué lleva puesto quién, pienso que, quizás, el próximo año, no nos deberíamos rendir fácilmente al disfraz exprés y sí dar un poco más de rienda suelta a la imaginación.
En cualquier caso y al final, no es tan importante el brilli brilli como salir a disfrutar, echarnos unas risas y recordar que nuestra capacidad de divertirnos traspasa lo original. ¡Y eso sí que es de premio!
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