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La palabra dada y el Marrón Glacé

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  Dicen que el que busca, encuentra. Y así es. Oteando entre fotos que borrar o conservar, me encontré con esta imagen de hace unos pocos años. Y me rio de mi y conmigo de la propia vida. Y hago chistes y gracietas de momentos irrepetibles, afortunadamente. Es de lógica aplastante que lo bueno, si es breve, dos veces bueno. Creo que nunca he estado tan cerca de ese escaño -ni en el fondo ni en la forma-, como ese día de la foto. Y eso que frecuentaba y frecuento "la casa de la palabra dicha y dada". (A veces, mucha palabra no cumplida, que también hay que reconocerlo... 😉). Me senté un minuto y me bastó para asumir esa cara de desafío, prepotencia, nepotismo, poder...  Ese asiento pesa, pero hacia dentro. No pesa quien se sienta, sino el escaño sobre quien cree que descansa en él.  Años después  me pregunto cuántos de los que ahí reposan sus posaderas escapan a la sensación de sentirse engullidos/as por la cruda realidad de cada momento o, por el contrario, se sienten -y sie

Lo pasado pasado está

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Me afianzo a la idea de no volver a verte, teniendo muy claro que el pasado solo es el resquicio de una luz de linterna que siempre se proyecta hacia adelante... ¡Qué afortunada cuando miras hacia atrás y concluyes: ufff, de la que me libré. Ni era para tanto ni yo para tan poco! El pasado es solo el recuerdo de lo superado. Nunca es un puerto ni un lugar seguro donde permanecer. El pasado solo es el refugio de la debilidad y el confort. El presente es el mayor de los regalos, el viaje más apasionante a la vida. Sin pagar entrada y con el "todo incluido" dispongámonos a vivir la montaña rusa de cada día: un arranque tranquilo, alguna que otra curva misteriosa, caídas libres que no van a ninguna parte, elevaciones espectaculares, momentos extremos entre risa y llanto, visión panorámica del entorno, deseos de asirnos ante el vértigo o de abrir los brazos para acariciar el cielo. Elijamos vivir de lunes a lunes o de domingo a domingo, haciendo que cada día cuente y evitando -en

El valor del pensamiento

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  Pensar en lo que otros piensan es tan cansino como recomendable. A mi me da igual lo que usted piense u opine (bueno, exactamente igual, lo que se dice igual..., pues no). Usted es muy libre de cambiar de opinión como de ropa interior (y espero que sea frecuentemente: lo de la ropa interior, lo de los criterios usted verá), pero no suponga que siempre le van a tomar en consideración.  En demasiadas ocasiones nos mostramos oscilatorios, como la Tierra. Aunque, a diferencia del espacio que nos sostiene, nuestras idas y venidas sí que son detectables. Así y todo, hacemos de determinada situación un punto de equilibrio estable (por muy inestable que sea) y giramos alrededor de él o bien complaciéndonos o bien machacándonos. La verdad es que, a veces -más de las necesarias-, actuamos sintiéndonos el mismo centro del Universo, como si no existiera nada más y aun sabiendo que existe casi todo. Y en esos momentos de auto balanceo, especialmente en circunstancias adversas (porque son así casi

Bailar o no bailar. Esa es la cuestión

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  En momentos tan álgidos como vacíos, tan trascendentales como baladíes, es innecesario, inapropiado e inútil mirar el mundo desde arriba, desde esferas inventadas a golpes de ilusiones guiadas por el "¿y si...?" , porque, a veces -no siempre-, nos distrae de lo importante situándonos en la vertiente de lo superficial. No nos conformemos con la distopía del "baila la calle de noche, baila la calle de día" porque solo se trata de una ilusión pasajera.  Placentera en determinados momentos, hasta cansina en otros, pero pasajera e irreal. A pesar de ello, hay quienes no cesan en su empeño de invitarnos al "sigan bailando". Si bailamos todos los días y a todas horas no tendremos ni tiempo ni ganas de comprobar quien marca el ritmo..., nos limitaremos a danzar al son que nos marquen.

Rascarse el ombligo porque sí

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  Entretengo mi oído y compruebo que el silencio de la calle solo es deshecho por algún pájaro urbano o algún coche que se va acoplando a la velocidad del día. Y me agrada. Está el día como por estrenar y demasiadas cosas ocupan mi agenda de cabecera.  "Demasiado temprano para agobios", me digo, deteniendo mi ruido mental. En ocasiones las sensaciones nos aturden y podemos incluso pensar que es más lo que nos queda por hacer que lo que realmente hemos realizado, fruto de nuestra ambición personal o de nuestro ego maltratado, tal vez. Pero "hay que hacer...", siempre hay algo que hacer. Y si no, lo buscamos, porque nos han aleccionado en el engranaje y la productividad. Nos es inconcebible pararnos a rascarnos el ombligo por el mero hecho de sentir el placer de no hacer nada durante un rato. Y así, una y otra vez, caemos o bien en el saco de la codicia o, no sé si peor, en el de la frustración.  "Tenemos que hacer", "tenemos que ser", "tenemo

Aquel 23F

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Tal día como hoy, aquella tarde en blanco y negro del 23 F, estaba en clase.  Se abrió la puerta y entró mi profesor, Adrián Alemán, con un paso tranquilo -como siempre-, pero con preocupación en el rostro -como casi nunca.  Se acercó a su mesa y sacó de su bolsillo un pequeño transistor, dejándolo sobre esta. Nos miró a todos y dijo: el que quiera ser testigo de la historia que se acerque a escuchar, el resto puede salir al recreo. Encendió la radio. Allí nos quedamos él y yo. Él sentado en su silla, apoyando la barbilla en sus dos manos entrelazadas. Yo de pie, inclinada junto a la mesa, apoyando mi cabeza en mis brazos flexionados.  La verdad, no entendía lo que ocurría pero leía en su rostro que no era nada bueno. Aquel momento me enganchó aun más a la radio y a la actualidad: al aquí y ahora. Terminó el horario de clase y fui a casa. Ardía en deseos de conectar mi oído a mi pequeña radio azul... Si, era muy joven por entonces, pero formé parte de la "Noche de los transistores

13 de febrero, Día Mundial de la Radio

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Salta el rumor, indagamos, calibramos, telefoneamos, ¡tenemos noticia y sonido!  Se interrumpe la programación, suena la ráfaga, ¡silencio, estamos en antena!... Voces sin rostro que nos llevan y nos traen, que nos escuchan y nos hablan. Sonidos que nos entretienen, que nos enamoran, que nos enervan y, a veces, hasta reír nos hacen... ¡Es la Magia de la radio! ¡Feliz Día De La Radio! Sigo enamorada hasta lo más recóndito de mi alma de este medio y hoy lo celebro felicitando a todas las personas con las que he tenido el privilegio de compartir un tiempo de radio. Desde niña supe que existía ese "hilo rojo" que nos uniría para siempre. Aquellas voces que salían del transistor azul me acompañaban bajo la almohada cada noche, compartiendo mi cama, o aquellas otras que me susurraban compartiendo mis horas de estudio... todas esas voces formaban parte de mi y me entretejían cual artesano que da forma a una de sus obras. Y, a pesar de los daños y de los años..., ¡llegué a la radio!