¿Y si doña Inés quitara mérito al Tenorio…?


Imaginémonos que ni don Juan es un caballero de lanza y vestidura ni doña Inés una monja. Imaginémonos en la brillante corte de Sevilla -o donde sea-, donde el sol acaricia los muros y las risas resuenan en cada esquina, donde doña Inés se erige como una estrella indiscutible, repleta de encantos, inteligencia y poder.

Con su mirada traviesa y una sonrisa que desarma, es la reina de los corazones perdidos. No hay caballero que no sucumba a su encanto. Su fama de conquistadora recorre la ciudad como un susurro seductor.

“¿Quién puede resistirse a mis encantos?”, se ríe doña Inés, mientras juega con un abanico que parece tener vida propia. 

“He tenido más pretendientes que días en el calendario”, presume, dejando caer una mirada pícara sobre el último galán que intenta cortejarla. 

Él, embelesado, apenas puede articular palabra ante su presencia. Intenta el cauto ocultar un sentimiento de pudor, algo avergonzado por si alguien descubriese que sucumbió a los encantos de doña Inés, como tantos otros hombres débiles y enamoradizos.

Ella le observa. Como un conejillo inocente y asustado permanece ante su presencia, sin dejar de mirarla, suspirando cada vez que los ojos femeninos parpadean. “¡Ay, ay, mi doña Inés, si usted supiera como arden mis chacras cuando la veo!”, piensa.

Doña Inés, imaginando como contará la hazaña ante sus amigas, le deja que tiemble y que sienta en su estómago el aleteo de las mariposas. Aún recuerda cuando, casi con voz tenue y temblorosa – y esperando el iluso que ella cayese rendida en sus brazos-, decía aquello de:

¿No es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?

 Aguanta la risa. Doña Inés se sabe segura, confía plenamente en sus fortalezas. Ella no es solo belleza; es inteligencia, astucia y audacia. (Ay, si Zorrilla la hubiese conocido..., ¡qué no hubiera escrito).

En cada baile, desliza su mano por la cintura de los hombres, dejando huellas imborrables en sus corazones. “Hoy me he propuesto conquistar al noble don Juan”, murmura entre miradas cómplices con sus amigas, mientras traza planes para atraerlo a su juego. 

“Me acercaré a su cuello y le susurraré al oído 

¡Don Juan! ¡Don Juan! Yo lo imploro

de tu hidalga compasión:

o arráncame el corazón,

o ámame, porque te adoro.

Le haré creer que ando rendida a sus pies, mientras recreo mi júbilo en su absurda vanidad", ríe a carcajadas

Sin embargo, tras esa fachada de ligereza, hay un fuego ardiente que desafía las convicciones. Doña Inés anhela más que simples conquistas; busca emociones intensas y aventuras que la lleven más allá del aburrido protocolo social. 

“No seré solo una dama en un retrato. Ni la mártir o víctima de ningún machirulo engreído", declara con determinación. “Seré la leyenda que todos recordarán”.

Así, entre risas y susurros, doña Inés continúa su danza por la vida, desafiando a quienes se atreven a subestimar su poder. 

Porque en este juego del amor y la seducción, ella es la maestra indiscutible.

Porque en este juego del amor ella está harta de que la historia presuma de tanto Tenorio y se de tantas ínfulas a ese tal don Juan…


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