Cuando el monte arde, también arde la vida


Cuando arde el monte no solo arden, desgraciadamente, los pinos. 

Arde la vida.

Arde el paisaje que nos pertenece y nuestra fuente de oxígeno.

Cuando el fuego devora el monte también consume la posibilidad de encuentros familiares; las celebraciones de recuerdos en aquel mismo lugar donde fuimos felices con nuestros padres o abuelos.

Arden los caminos que transitaron nuestros antepasados y los senderos que deseábamos hacer con nuestros peques.

Arden los troncos de árboles testigos de besos apasionados y recovecos con historias propias.

Cuando el incendio consume el monte también acaba con aquellos lugares que nos servían de refugio, de fuente de calma y equilibrio.

Cuando el monte arde se silencia la vida y todo se convierte en un gran cementerio de pinzones y laurisilva, de brezos y mirlos.

Cuando el fuego consume nuestros montes, una parte de nuestra identidad queda reducida a cenizas...


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