El oído puede sentirse arrullado por los propios sonidos del museo, incluido el gorjeo de los pájaros que vuelan libres por el jardín. El paladar saliva con gusto respondiendo así a los naranjos del patio central, que se entregan generosos en una agradable tarde o mañana soleada. El olfato que responde satisfecho a la inhalación profunda, involuntaria, desde que atraviesas la puerta principal, en la que se entremezcla el aroma a arte finamente elaborado y enriquecido por manos aladas, bendecidas por la humildad y la majestuosidad al mismo tiempo. El tacto que explosiona sin hacerse material, pero capaz de traspasar la imaginación y sentir cada pieza, cada hendidura, cada fibra de seda o algodón; cada arista de madera en la que unas manos ávidas han sabido tallar un pueblo entero. La vista se engrandece hasta el infinito y como un haz de luz recorre cada rincón, cada sala, cada pieza de artesanía, cada joya única que guarda el MAIT. Y el sentido común, que se pregunta una y otra vez. ¿C...
Comentarios
Publicar un comentario