Qué no nos olviden...

 


Qué no nos olviden…

Una y otra vez, los palmeros y palmeras repiten esta frase al terminar la conversación mantenida. ¡Qué no nos olviden!, indican con tanto desconsuelo como énfasis cuando alguien pregunta qué necesitan o qué mensaje darían al resto del mundo.

Bien es sabido que la actualidad manda, dirige, propone y dispone. Y esta vez le ha tocado a la Isla Bonita ser el foco mediático -tanto dentro como fuera de nuestras fronteras-, a consecuencia de la erupción del volcán cuyo nombre aún desconozco.

En apenas unos días, algo más de una semana, la isla de La Palma ha recibido miles de visitantes, entre los que destacan científicos de reconocido prestigio, representantes gubernamentales de todos los niveles y administraciones, monarcas, estrellas televisivas y demás. Desde el minuto uno, la ciudadanía palmera se ha visto arropada de iure y de facto por propios y extraños. No han faltado las promesas de los gobernantes ni la ayuda básica llegada desde todos los rincones de Canarias y, hasta me atrevo a escribir, llegada también desde diversos rincones de la Península.

Durante todo este tiempo -salvo anecdóticas horas de nula actividad visible-, el volcán no ha parado de arrojar lava diabólica e infernal que ha arrasado con cuanto se encontraba a su paso. Sin embargo, al mismo tiempo que el magma se dispone a convertirse en lava, ese cráter también escupe amor que se solidifica en diversas y múltiples iniciativas solidarias, loables, aplaudibles y agradecidas todas por igual. Muy necesarias, enormemente necesarias. Pero con fecha de caducidad, como esa atención mediática que tantos corazones moviliza y arropa a la vez. Y eso lo saben los palmeros y palmeras, y casi todos los que hemos asistido a este tipo de sucesos. Cuando la atención se desvanece, cuando surge otro tema de actualidad, deja de existir –al menos en “prime time”- aquello que tanto nos conmovió.

Qué no nos olviden, qué no nos dejen al pie de la lava, fosilizados en el recuerdo de lo que pasó.

Qué se cumplan las promesas. Qué las ayudas lleguen en tiempo y forma. Qué los pocos enseres salvados encuentren pronto un hogar estable en el que ser colocados. Qué volver a empezar no se convierta en mendigar de una ventanilla a otra. Qué comer no sea un lujo y dormir en una cama propia no sea un tormento.

Qué no nos olviden y que el “no los vamos a dejar atrás” no sea una deslealtad.

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