¡Ay qué calor!

Allí permanecía, ajena a casi todo; relajada sobre el sofá intentando llevar de la mejor manera posible aquellos momentos de calor. 
La ligera brisa que apenas entraba por la ventana ni siquiera mecía el fino visillo que impedía la entrada de la cálida noche en la estancia. 
Seguía allí, con la cabeza recostada sobre el almohadón, pensando en no sé qué frente al ventilador, agradeciendo aquel airecillo que cubría todo su cuerpo, supliendo la falta de una mano que lo acariciara.
De repente se sobresaltó al escuchar la puerta y cambió de postura, levantándose de un brinco: no estaba permitido que la perrita se subiera al sillón...

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