¿Y si doña Inés quitara mérito al Tenorio…?
Imaginémonos que ni don Juan es un caballero de lanza y vestidura ni doña Inés una monja. Imaginémonos en la brillante corte de Sevilla -o donde sea-, donde el sol acaricia los muros y las risas resuenan en cada esquina, donde doña Inés se erige como una estrella indiscutible, repleta de encantos, inteligencia y poder. Con su mirada traviesa y una sonrisa que desarma, es la reina de los corazones perdidos. No hay caballero que no sucumba a su encanto. Su fama de conquistadora recorre la ciudad como un susurro seductor. “¿Quién puede resistirse a mis encantos?” , se ríe doña Inés, mientras juega con un abanico que parece tener vida propia. “He tenido más pretendientes que días en el calendario” , presume, dejando caer una mirada pícara sobre el último galán que intenta cortejarla. Él, embelesado, apenas puede articular palabra ante su presencia. Intenta el cauto ocultar un sentimiento de pudor, algo avergonzado por si alguien descubriese que sucumbió a los encantos de doña Iné