La Roseta de Tenerife, todo un tesoro.

En la isla de Tenerife, los oficios tradicionales que más presencia continúan teniendo son los relacionados con el textil, en su amplia gama de calados, bordados o rosetas, principalmente.


Milagros Amador, técnico documentalista del Museo de Artesanía Iberoamericano de Tenerife (MAIT), destaca que hace aproximadamente 4 años decidieron profundizar en la investigación sobre la roseta y así recabar datos suficientes con los que resaltar todo el valor que posee y que, con los años, fue perdiendo. En estas pesquisas contaron con la colaboración y apoyo de Juan de la Cruz, investigador y técnico del Museo de Historia y Antropología de Tenerife, quien siempre apostó por rescatar esta pieza artesana, seña de identidad de la isla y conocida en casi todo el mundo.

Ya en su momento, tanto los trabajos de calado como de la roseta se vendían a través del Puerto de la Cruz y salían al exterior. Eran muy conocidas y valoradas, consideradas como auténticas obras de arte en lugares como Inglaterra, Alemania, Francia e, incluso, llegaron a EEUU”, comenta la técnico, indicando que todo esto fue motivo suficiente para comenzar ese trabajo de rescate de la roseta sobre todo, al comprobar, que muchas de las señoras que se dedicaban al oficio de las rosetas, superaban la edad de los 80 años. “Entre ellas, Clara Cano, rosetera que ha falleció sin ver todo este proyecto con el que pretendemos convertir a la roseta en un BIC (Bien de Interés Cultural), con el apoyo siempre de nuestro consejero Efrain Medina y Ricardo Cologan, gerente del Museo, porque es un aporte de Tenerife al resto del mundo ”, añade la técnico, quien también es parte importante de este propósito.

La mayor parte de información de este trabajo sobre la roseta -que abarca desde la técnica, hilos utilizados, nombres, formas-, ha sido proporcionada principalmente por las roseteras, esas mujeres mayores de la isla, que dedicaron su vida a este oficio. Además se ha realizado otra labor paralela, de documentación, investigando cuestiones como quién hacía las rosetas en otro tiempo, lo que llevó a conocer que estas mujeres compaginaban el trabajo de las tomateras o el plátano con este otro. Cuando no había trabajo en los tomates o el plátano se dedicaban a las rosetas.


Comprobamos que, como casi todos los oficios tradicionales, la roseta es herencia familiar. La niña aprendía con su madre o con su abuela y, a partir de ahí, continuaba con el trabajo. A partir de 1980 ya comienzan a impartirse cursos a iniciativa del Gobierno de Canarias”, explica Amador
En la historia de la roseta se observan dos fases diferenciadas. Por un lado, “a finales del siglo XIX, la roseta experimenta un auge debido a compañías extranjeras que se asientan en el Puerto de la Cruz y que la comercializan. Al llegar la Primera Guerra Mundial se produce un retroceso porque el hilo se convierte en un producto de lujo y deja de llegar a la isla desde el exterior. Esto produce que las roseteras pierdan este bien económico que le proporcionaba la venta de rosetas. ¡Era un trabajo tan bien hecho que llegaban a cobrar una o dos pesetas!” , enfatiza Milagros añadiendo que “en ese momento era una cantidad de dinero considerable con la que cubrían parte importante de los gastos de la casa”.

La segunda fase puede observarse a partir del franquismo, cuando vuelve a recuperarse la roseta y no es a causa de cuestiones políticas sino porque “a partir de ese momento se experimenta la necesidad de consumir lo nuestro y revalorizar nuestras actividades. A través de la sesión femenina, se vende directamente a los artesanos hilo y todo lo que necesitan y, a cambio, reciben la correspondiente remuneración económica” indica Milagros Amador, subrayando que, a partir de este momento la roseta vuelve a resurgir y a venderse a los extranjeros por fuera de los hoteles e incluso en el Puerto de Santa Cruz, “les llamaban kioskos pero en realidad se trataba de unas tablas sobre las que extendían los manteles y rosetas y se vendían a los turistas que llegaban. A partir de los años 70-80 la roseta vuelve a sufrir un declive, lo que provoca esa decisión de rescate a través de cursos. Nosotros continuamos hoy desarrollando cursos y jornadas referentes a la roseta en el MAIT”.


En la actualidad, y tras la puesta en marcha de diferentes iniciativas, se contabilizan alrededor de 20 personas que trabajan la roseta. A las ferias acuden a exponer este arte dos roseteras que superan los 60 años y las mayores, las maestras de este oficio, por razones de edad y porque sus manos no les responden como ellas quisieran, dedican su tiempo a asesorar a las artesanas y artesanos que deseen aunar esfuerzos para que la cultura y tradición de la roseta no se pierda.


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