Soy la Reina de mi cuento...

Ojalá nunca me hubiesen narrado aquellos cuentos  que me hacían soñar entre mentiras...

¡Alucinada!

Sí, creo que esa es la palabra.

Así me quedaba cuando mi imaginación recreaba a aquella pobre niña; se podía comprobar que poseía casi de todo, prácticamente siempre hija de reyes y reinas o de familias bien acomodadas, habitando en buenas casas pero, ¡pobrecilla!, ¡siempre ansiando la llegada del amor!

Blancanieves, Cenicienta, Rapunzel, La Bella Durmiente...todas privilegiadas pero inútiles y mantenidas, deseosas de la llegada del Príncipe Azul que les proporcionara ese "vivieron felices y  comieron perdices hasta el final de los tiempos".

Lo pienso fríamente e intento calibrar el daño que han hecho estos cuentos.

Muchas de nosotras crecimos con estas historias marcándonos los tiempos, abriendo caminos.

Casi todas, mientras crecíamos, nos afanábamos en  cuidar de esa "preciosa princesa", que atesorábamos en nuestro interior esperando la llegada, muchas veces espejismo, de ese apuesto príncipe. Es más, hasta, a veces, nos quedábamos con el más feo de los feos por si, con un poco de amor, se rompía el "maleficio" y de él surgía la perfección hecha hombre, ¡ese era el poder que creíamos tener y que nos confería el derecho a cambiar a alguien!...¡chorradas!.

Algunas, unas más espabiladas que otras, saben o sabían a ciencia cierta que su pareja era la equivocada y se excusaban en aquello de "estaré con el hombre equivocado hasta que aparezca el acertado".
¡No es cierto, con ese pensamiento nunca aparecería el "acertado". ¡Solo era y es miedo a estar sola, a tirar del carro, a asumir la responsabilidad y a empezar desde cero si hiciese falta!

Y en este infundio pasábamos una, dos, tres y tantas y tantas calamidades (y, por ende, ellos también).
Más de uno, seguro, pensaría más de lo mismo, "no es la que deseo pero es la que hay" o " estaré con la equivocada hasta que aparezca la afortunada".  Y en esto, se nos va la vida tanto a unos como a otras, tanto a otros como a unas...

Y en este deseo particular de vivir o inventar que vivimos nuestro pequeño cuento, lastrado desde los confines y requiebros de nuestra infancia, de nuestra mal crecida ingenuidad, hemos "metido la pata" mil y una vez, hemos maltratado y hemos sido presas del  malttrato, hemos usado y nos han usado para dar vida a algo que solo existe en la imaginación.

Ahora que lo pienso, sí, hubiese preferido que me dejaran creer:

- Que todas somos princesas y que todas somas capaces de reinar sin la necesidad física de que llegara a nuestras vidas un "caballero"    de armadura oxidada o no, con armas suficientes para liberarnos de nuestros miedos, de nuestras      necesidades.

- Que las brujas no existen y que las manzanas rojas y apetitosas están muy ricas, no son venenosas, sino      placenteras y saludables.

. Que existen príncipes pero que no son azules, porque solo azules son los pitufos y estos no existen.

- Que los príncipes también dejan los calcetines tirados, ensucian el baño y, a veces, engañan a sus esposas    porque, también a veces, se emparejan con la persona equivocada.

Y lo más importante de lo que creo ahora es que las princesas de verdad, las de cuna, no siempre son felices (aunque estén casadas con iguales a su rango) y buscan  amor, comprensión y ternura fuera de su alcoba...

Ellas, tan distinguidas, tan envidiadas, en ocasiones, también son víctimas del maltrato, de una forma u otra pero, por protocolo consideran que deben silenciarlo, esconderlo y soportarlo...

Las princesas de nuestra casa, nosotras, las reinas de nuestros días, no estamos obligadas a aguantar nada de nada porque, simplemente,  estamos liberadas de cualquier protocolo.
Y así, sintiéndonos libres porque lo somos, sí que seremos felices y comeremos perdices (si nos gustan y apetecen) hasta que nos plazca, acompañadas o no...

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