El miedo a olvidar y a ser olvidado.
Parecía una niñita. Sus ojos estaban cerrados pero no dormía. Con sumo cuidado acaricié su surcada tez. Su blanca y fina piel aún guardaba la esencia de aquel espectacular cutis que lucía años atrás. Una mezcla de pena, dolor y cariño se entremezclaba. Le hablaba como si me oyera, le comentaba que no paraba de llover, que los campos lucían verdes y que su jardín estaba lleno de flores. Le espeté que llevaba demasiado tiempo tumbada y que debía espabilar porque las huertas, el jardín y la casa era demasiado trabajo para mi sola. Además, junto a su oído le dije que me hacía mucha falta y necesitaba de sus abrazos... Me dejé vencer una vez más. Tenía la sensación que era inútil hablarle porque ya ni siquiera me recordaba. Ella me había olvidado pero yo a ella no. Hacía meses que ya no me reconocía pero, sin embargo, ¡se mostraba tan receptiva a mis caricias, a mis mimos y arrumacos! Alguna que otra vez, cuando le susurraba lo mucho que la amaba, dejaba caer una lágrima de sus ...