Crisis que se alimentan de otras crisis...
Vanesa tiene a penas veintitrés años pero aparenta muchos más, no tanto por su madurez sino más bien por su desgaste físico.
Aquella melena rubia que en algún momento hizo voltear a algún hombre ahora no es más que una especie de maraña de pelo seco y estropeado, con toda la apariencia de estropajo.
La sonrisa de antaño, que deslumbraba por aquellos pedacitos de marfil perfectamente engarzados ha dado paso a una dentadura mellada y ennegrecida donde el amarillo ha dejado de reinar.
Su cuerpo casi perfecto, dirían algunos, ha
perdido su atractivo después de haber guardado dos criaturas cuyos partos no
fueron precisamente fáciles. Además su joven piel, seca y agrietada, guarda las
señales de la violencia descargada por quien tanto la “quiere”, porque Vanesa
es de esas mujeres que siguen pensando que su macho pierde los nervios y la
coge con ella pero que, en realidad, no quiere hacerle daño.
Esta joven muchacha se me acercó llorando, tímida
y temerosa, solicitando perdón antes de hablar y pidiéndome un minuto de
tiempo:
-Tere, perdona que te moleste, pero ¿puedo hablar
contigo un momento?. Sé que nunca hablamos pero estoy desesperada., ¿Tú no
sabrás por casualidad de alguna escalera, casa para fregar o coche que limpiar? Por cinco euros lo hago.
Esta joven madre me comentó lo mal que lo estaba
pasando: “Se me acabó el paro y la ayuda, no tengo de donde sacar para darle de
comer a los críos. La verdad, hasta hoy están alimentándose gracias a los
vecinos pero yo no tengo cara para seguir pidiéndoles alimentos”.
Le comento que yo también estoy en paro y que no
sé de nadie que esté buscando a nadie para trabajar, ni en casas ni fuera de
ellas.
Se derrumba y rompe en llanto. Le pregunto si ya ha
recurrido a la Asistencia Social del Ayuntamiento, si ha ido a Cáritas…
Se limpia las lágrimas con el reverso de su mano
y asiente. Me cuenta que los Servicios Sociales de la zona ya conocen su caso y
ahora está en cola para ser “auxiliada”, también me cuenta que en Cáritas le han dado una bolsa de
alimentos caducados y resalta: “eso a los niños no se lo voy a dar”.
Me asombro y poniendo en duda esto último se lo
hago saber. Intento convencerla que vuelva al despacho de Cáritas y comente lo
sucedido porque no me quiero creer que sea así (aunque no es la primera vez que
me lo cuentan).
No, no lo creo porque he visto de cerca, de muy
cerca, como trabajan estos voluntarios para atender la escases y el hambre de
tantos hogares. “Vanesa, si es como me cuentas debe tratarse de una casualidad
muy puntual”, asevero
Sé que está desorientada y asustada, intento
calmarla pero no pudiendo eludir lo mucho que conozco de su vida, no me queda
otra que guardar silencio y dejar que se exprese.
Me invita a pasar a su casa y, aunque no lo
deseo, termino entrando. Me enseña una nevera vacía y maloliente, lleva 2 meses
sin luz. Ya ni siquiera tiene contador; en dos ocasiones rompió el precinto de
corte de fluido eléctrico y empató los cables, “a mi me da igual, que me
multen, que me lleven a la cárcel pero me daba mucha pena tener a los niños a
oscuras. El mayor -de 8 años- hacía la tarea con la luz de una vela, ¡joder tía
yo no puedo aguantar eso!”.
El grifo ni siquiera gotea, lleva meses
sin agua, casi un año. Una manguera que baja por el patio traslada el líquido
elemento desde la casa de la vecina. “Con esto nos remediamos”, me dice. “Ahora,
que hace calor, baño a los niños aquí fuera y lo toman como un juego. Antes de
que la señora de arriba me dejara un poco de su agua, esperaba a medianoche, mi
pareja y yo cogíamos una carretilla con
un par de garrafas de 8 litros y las llenábamos en el grifo del jardín de la
plaza del barrio sin que nadie nos viera y lo tendremos que volver a hacer…porque
esta mujer no me va a hacer este favor siempre…(me sube un escalofrío al
imaginarlo).
De repente oigo un grito “hija de puta, cabrona,
¿dónde estás?”. Su cara empalidece y me hace señas para que salga de prisa. Sentí
miedo, mucho. Creo que salí a la velocidad de la luz y ella conmigo.
En la calle me comenta que esos gritos provenían
de la boca de su marido, intenta justificarlo y me explica que él siempre no es
así, que no la maltrata y que la quiere mucho pero que está muy nervioso. “Antes
trabajaba en cualquier cosa que le saliera, aparcando coches, descargando conteiner
o limpiando camiones pero ahora no tiene nada de nada. Encima tampoco le dan el
tratamiento de metadona, ha vuelto a drogarse y cuando no tiene se enloquece,
pero no es malo. Yo prefiero que él tenga para su porro aunque yo no coma…”
Veinte mil cosas me sacuden por dentro, la ironía
se mezcla con lo absurdo y el sentido común. Miles de preguntas brotan a mi
mente e intento silenciarlas porque sería una locura sin retorno buscar
respuestas.
-
Veré si me entero de algo, intentaré buscarte la
dirección de algún lugar donde puedas pedir ayuda. No te desesperes y de
momento, echa mano de lo que te ofrezcan y agradécelo. Ahora me tengo que ir y,
por favor, vuelve a la asistente social, cuéntaselo TODO y procura que te den
ayuda también psicológica. Vanesa, necesitas muchas cosas pero quererte y
respetarte es fundamental…
Me alejo con un nudo en la garganta y con la
rabia contenida. No se me va de la cabeza la imagen de su niña, de su nevera,
del hueco del contador de luz, de la manguera en el patio y de aquel hombre…
Me pregunto cuántas crisis soportó, está
soportando y soportará esta joven…
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