La tradición de los Guanches de Güímar

Érase una vez, según cuenta la Historia de Tenerife, cuando el Mencey, Gran Tinerfe, dividió su reino, a finales del siglo XIV en nueve partes, dejándolas en herencia a sus nueve hijos. Tras la partición, estos nueve reinos o menceyatos pasaron a denominarse Anaga, Güimar, Abona, Adeje, Daute, Icod, Taoro, Tacoronte y Tegueste.



Cuenta también la historia de nuestra isla que de los nueve menceyatos dos destacaron por encima de los otros siete, uno fue el de Taoro, situado en el Valle de la Orotava, coronando los reinos del Norte, y la otra demarcación importante fue el menceyato de Güimar, que ocupaba la superficie del sureste de Tenerife, englobando los reinos del Sur de la Isla, entre los que figuraban las zonas de lo que es hoy Santa Cruz, San Cristóbal de La Laguna, El Rosario, Candelaria, Arafo, Fasnia, Gúimar y parte de Arico. La capitalidad de este menceyato residía en las proximidades del Barranco de Chinguaro.

Aquel hijo del Gran Tinerfe, el Mencey Acaymo, gobernaba en Güimar cuando apareció la imagen de la Virgen, en las costas de la Playa de El Socorro, en Chimisay, a principios del siglo XV.

Cuentan las escrituras de la época que la Imagen de la Virgen apareció en una zona seca. Desértica, a la orilla de la mar junto a una playa de arena, a la boca de un barranco, sobre una piedra.

Aquel día, -según se lee en los textos escritos por el dominico P. Espinosa-, caminaban dos guanches por la costa, acompañando a su ganado que pastaba por aquellos lares. De repente, les llamó la atención que los animales se arremolinaran no queriendo pasar de donde se habían detenido. Entonces, como si presintieran otras personas por el lugar, quizás ladrones que acostumbraban a robar cabezas de ganado, uno de los pastores se adelantó y, mirando hacia aquella zona del barranco, vio la Imagen, sobre una peña. Escudriñó con su vista aquella figura: una mujer con un niño en brazos pero con un ropaje muy extraño a su entender...

Por entonces, era costumbre no hablar con ninguna mujer a solas y en lugares solitarios, porque se incurría en pena de muerte. Era necesario que aquella mujer se apartase del camino para que el rebaño pudiese pasar. El pastor no le hablaba pero le hacía señas, con su brazo. Aquella mujer ni hablaba ni se apartaba y al pastor no se le ocurrió otra cosa que hacer uso de sus armas, así que cogió una piedra, levantó el brazo para tirársela y... sintió que se le quedaba inmóvil, yerto y extendido.
Su compañero, viendo lo sucedido, quiso retar a la imagen y dar un escarmiento, pero dudaba de si aquello que sus ojos veían era cosa viva o no. Se acercó a ella y, sujetando con su mano una tabona (que es una piedra afilada, cortante como navaja), intentó cortar uno de los dedos de aquella mujer. Sujetó el dedo con sus dedos y, cuando comenzó a cortar, se dio cuenta que el dedo que cortaba y sangraba era el suyo propio, sin lograr hacer daño alguno al de la imagen.
Estos pastores, entre asustados y asombrados, decidieron dar cuenta de lo sucedido al Mencey Acaymo, dirigiéndose a la morada de este, a la Cueva de Chinguaro.


El Mencey escuchaba lo que en aquel momento le contaban aquellos dos vasallos, observando el brazo yerto de uno y los dedos cortados y sangrantes del otro. Acaymo decidió que aquella mujer fuese llevada hasta su presencia pero el miedo a lo desconocido era más fuerte que su orden, por lo que ningún guanche quería acercarse a la imagen. Al Mencey no le quedó otro remedio que obligar a los dos pastores responsables de lo acontecido a que fuesen ellos los que portaran a aquella imagen hasta su morada.
Siendo esta una orden del Mencey fue asumida como la orden del mismo Dios, así que los pastores heridos se acercaron a la imagen de mujer y, al tocarla para alzarla, quedaron sanados por completo, para gran admiración y regocijo de todos los que estaban presentes.

La imagen de la que pasarían a llamar “diosa Chaxiraxi” descansaría en la Cueva de Chinguaro donde el rey guanche, acompañado de su corte, la colocaría sobre pieles de cabra y oveja para ser presentada al resto de monarcas de la isla.

Posteriormente -y según se narra mirando hacia un pasado remoto-, el Mencey Acaymo, quizás a causa de una ceguera o, tal vez, por la propia vejez, fue sucedido por su hijo Añaterve, al que apodaban “el listo” y quien reinó en el Menceyato de Güimar hasta la Conquista de Tenerife, por Alonso Fernández de Lugo.

En el periodo de conquista, los aborígenes cayeron bajo el poder de los conquistadores. Uno de los guanches güimareros fue secuestrado por los españoles y evangelizado. Se trataba de Antón Guanche, quien sugirió el traslado de la imagen a la cueva de Achbinicó, que no es otra que la conocida hoy en día como Cueva de San Blas, en Candelaria.

Lo cierto es que desde aquel día, en el que la imagen obró el milagro sobre aquellos dos pastores, el miedo a la Imagen de María se tornó en respeto y, por los siglos de los siglos, ha sido todo un honor cargarla en brazos por el camino, desde entonces hasta hoy, de generación en generación.

En este punto hemos de expresar que la sucesión de los menceyes ha continuado a través del tiempo hasta nuestros días, siendo otros los reyes guanches que nos ha dado la historia y que han continuando escenificando la aparición de la Virgen.



Entre los muchos fieles guardianes de la memoria de los antiguos pobladores de Canarias, destacamos algunos nombres, como el de Avelino Gómez (1895-1983), Mencey de Güimar durante 23 años. Este fue sucedido por Domingo Díaz (1916-2011), quien defendió su reinado durante 22 años, cediendo el testigo a Juan Francisco Román, un septuagenario robusto y que llevaba la friolera cantidad de 69 años vistiéndose de guanche hasta que, después de una década como Mencey, en la Subida de la Virgen de El Socorro, en 2013, a la altura de la Asomada le flaquearon las piernas y decidió dar el mando al actual Mencey, don Honorio Quintero, un hombre que desde septiembre de 1953, con apenas nueve meses de vida, comenzó a acompañar a la Virgen de El Socorro, en brazos de su madre, vestido de guanche, con su traje de oveja.

Desde el año 2013 Honorio Quintero es el Mencey de Güimar y cada vez que se acerca el día de vestir sus atuendos de guanche, para escenificar la aparición de la Imagen, la emoción y el orgullo se apoderan de su persona. “Siento un auténtico orgullo por poder participar de la Bajada de El Socorro. Es algo que llevo en la sangre desde niño. A mi me mueve la Virgen. Mi madre hizo una promesa de llevarme vestido de guanche, acompañando a la Virgen. Y mientras mi madre viva yo cumpliré con esa promesa”, nos comenta.

Honorio Quintero nos explica que, aunque lleva toda su vida perteneciendo al colectivo de los Guanches de Güimar, como Mencey sólo lleva dos años, especificando “en lo que es la Subida de El Socorro llevo tres porque en el año 2013, de la Asomada para arriba el anterior Mencey no pudo seguir y me pidió que lo sustituyera. En relación a la Bajada he sido Mencey desde el año 2014”.

Queriendo saber algo más de este Mencey gúimarero, concretamente de la zona de San Juan, ahondamos en esos sentimientos que afloran cuando se acerca el 7 de septiembre y nos comenta que “son muchos los recuerdos, emociones y sentimientos que me invaden pero, como güimarero y como guanche, ¡es tan grande esto que pido por seguir experimentando esta vivencia hasta que la Virgen me dé fuerzas y me ayude!”

El Colectivo de los Guanches de Güimar está formado por más de 200 personas, contabilizándose casi la misma proporción entre hombres y mujeres, tanto en edad infantil como adultos, según nos comenta el Mencey, señalando que “muchos son integrantes de la misma familia, otros son amigos y la mayoría proceden de San Juan, aunque también hay guanches de la Medida, de Chacaica y de otras zonas. Concretamente de mi familia son, por lo menos, unos 30. Entre estos, 5 de los 7 hermanos que tengo, un hijo y 3 nietos”.

La historia marca los pasos y, en ocasiones, modifica algunas de nuestras tradiciones. En Este sentido, Honorio Quintero, destaca que “¡hasta las vestimentas han cambiado de cuando yo me vestía de guanche, siendo un muchacho! Cada persona es un mundo y está claro que todos no pensamos lo mismo. Pero lo que si sigue igual que siempre es el respeto a la Ceremonia por todos los guanches. Es verdad que, a lo mejor, desde fuera, puede haber quien no respete como debiera. Nosotros estamos escenificando lo que ocurrió y es de lo que estamos pendiente, de hacerlo lo mejor posible”.

La Asociación Cultural Guanches de la Virgen de El Socorro es conocedora del importante papel que desempeña como transmisora de la cultura del Archipiélago, en el hallazgo de la Virgen, la Patrona de Canarias, que es escenificado cada año en el Llano de la Ceremonia, sin otro interés que la propia Fé y sin el apoyo de nadie porque “aquí cada uno se procura su ropa de guanche y corre con sus gastos. No hay colaboración de nadie ni de nada que no sea la propia asociación. Aquí cada guanche se hace su ropa, cumpliendo con lo que le toca”, advierte Quintero.

En cualquier caso, lo que casi nadie podrá decir es que a Honorio Quintero se le ha subido el trono a la cabeza o el poder porque él mismo reconoce que, “aunque yo sea el Mencey no mando. Aquí somos todos iguales. Yo no tengo que decir a nadie que haga nada, cada uno sabe lo que debe hacer”.

Los Guanches de Güimar representan desde hace siglos una obra, patrimonio inmaterial de nuestra cultura, una auténtica joya que atesora muchísimos valores que merecen toda nuestra atención.




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