Envidiemos mejor y más


Envidia, avaricia, egoísmo, egocentrismo, ingratitud y tantos otros calificativos podríamos incluirlos en una interminable lista de todo eso que no deberíamos experimentar y que, sin embargo, guardamos y alimentamos dentro de nosotros, tal que fuera el más preciado tesoro.

A casi nadie se le escapa que uno de los grandes motores que mueven este mundo es la envidia, ese deseo de tener lo que posee el otro y superarlo. Las grandes guerras y las pequeñas; las deslealtades políticas; las discusiones familiares; las "puñaladas traperas" entre compañeros de trabajo; las cárceles repletas de gente... Todo, o casi todo, tiene su punto de inicio en la envidia.

La envidia es la materialización de los deseos no satisfechos, el disfraz de nuestras propias miserias. 
La envidia es fuerte y camaleónica, ora tristeza que nos envuelve ora disgusto que nos domina, sobre todo cuando vemos a otros disfrutar del objeto de nuestro deseo.

Y es que a envidia nos rodea y habita entre nosotros.

En los centro infantiles algunos críos lloran porque quieren "ese" juguete con el que juega el otro nene o nena. Ese y no otro. Ese porque ve como su "compi" es feliz con el artilugio. No es que desee el juguete, no, probablemente lo que desea es la felicidad que experimenta su colega de juegos.

"¿Por qué si ese no estudia saca mejores notas que yo?", se pregunta un estudiante receloso y enojado por la "buena suerte" del de la primera fila.

En el supermercado, cuántas veces miramos de reojo el carro de la vecina repleto de paquetes apetitosos y chucherías...

En la escalera del edificio, cuántas veces nos sentimos mal al ver a nuestra vecina del 5º lo guapa que va (a pesar de estar "entradita en años"... )

En el trabajo, cuánto cuestionamos al compañero de la mesa de al lado siempre tan amable y tan elegante, (como si hubiese hecho un pacto secreto con el diablo según llegamos a pensar...)

¿Por qué "yo", tan profesional y trabajadora, continuo en el paro y la niñata esa, que no sabe ni hablar, continua en activo...? (Esto también lo pensamos en ocasiones, sobre todo cuando perdemos el norte y hasta el sur)

En fin, cada momento contiene los condimentos perfectos para hacer un guiso de envidia o no, enfrentándonos a nosotros mismos y a nuestros valores.

Tal vez, en ese maremágnum de falta de confianza, estima, amor propio y demás, nos autoiluminemos entendiendo que todos no podemos ser todo. Todos no seremos medallas olímpicas. Todos no alcanzaremos matrícula de honor en todas las asignaturas. Todos no somos igual de altos, bajos, delgados, gruesos, guapos y guapísimos. 

Cuando entendamos que todos no seremos nunca iguales que todos, solo entonces, decidiremos envidiarnos más... ¡pero a nosotros mismos!

Ya lo exponía al principio. La envidia es el principal motor de cualquier actividad. Entonces usémosla, innovemos.

-Compitamos contra el espejo. Envidia a esa imagen que tienes frente a ti y que se esconde tras la apariencia. Sabes que tienes fuerzas suficientes para ganar la batalla a la desidia y al abandono. ¡Sé mejor que esa imagen!

-Envidiemos a esos compañeros, amigos, a esas personas tan amables y encantadoras. Seamos más amables y cariñosos no que ellos sino de lo que nosotros hemos sido hasta ahora.

-Envidiemos al que estudia y saca buenas notas. Estudiemos más, aprendamos más pero no para ser mejores que ellos sino para ser mejores de lo que ya somos y, desde la nueva posición, iluminemos y colaboremos con los que vienen detrás.

-Envidiemos al que regala, al que dona... y regalemos y donemos más poniendo el corazón porque dando se recibe.

-Envidiemos a esa pareja que tanto se ama y empecemos por amarnos a nosotros mismos y a respetarnos porque sólo se da de lo que se tiene.

¡Que nos envidiemos tanto que juzguemos menos y abracemos más!


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