El miedo a olvidar y a ser olvidado.


Parecía una niñita. Sus ojos estaban cerrados pero no dormía. Con sumo cuidado acaricié su surcada tez. Su blanca y fina piel aún guardaba la esencia de aquel espectacular cutis que lucía años atrás. Una mezcla de pena, dolor y cariño se entremezclaba. Le hablaba como si me oyera, le comentaba que no paraba de llover, que los campos lucían verdes y que su jardín estaba lleno de flores. Le espeté que llevaba demasiado tiempo tumbada y que debía espabilar porque las huertas, el jardín y la casa era demasiado trabajo para mi sola. Además, junto a su oído le dije que me hacía mucha falta y necesitaba de sus abrazos...

Me dejé vencer una vez más. Tenía la sensación que era inútil hablarle porque ya ni siquiera me recordaba. Ella me había olvidado pero yo a ella no.  Hacía meses que ya no me reconocía pero, sin embargo, ¡se mostraba tan receptiva a mis caricias, a mis mimos y arrumacos! Alguna que otra vez, cuando le susurraba lo mucho que la amaba, dejaba caer una lágrima de sus ya silenciosos ojos...  

No nos podemos dejar abatir por estos pensamientos ni liarnos en el bucle de que ya formamos parte del olvido de alguno de nuestros mayores porque, aunque lo parezca, no lo es.

Me aclara este punto el psicólogo y neurocientífico Quico Rivero, explicando que el hecho de que una persona haya olvidado quienes somos todo su proceso emocional sigue ahí y esa parte si que nos recuerda ya que es lo último que se deteriora, "va a distinguir una sonrisa, una caricia, un abrazo...", matiza añadiendo que, cuando una persona afectada por Alzheimer, ya está encamada, se podría asemejar a la etapa sensorio-motriz de cuando un bebé nace: "sabemos que tenemos que abrazarlo, besarlo, estimularlo, cuidarlo... pues pensemos que esa persona que ya está en fase terminal, en cama, que no nos reconoce, esa persona también agradece los abrazos, los besos, el cariño que produce un suave masaje entre la cabellera... Tal vez no pueda procesar información cognitiva pero sí podrá reconocer la información emocional".

Incide Rivero en recordar que ya venimos estructurados de "serie" con la capacidad de abrazar, de dar abrazos, que llevan en si mismos una capacidad re-generativa enorme.

No es fácil llegar a estas circunstancias y asumirlas como si tal cosa, para nada. Las personas afectadas por el Alzheimer o cualquier otra enfermedad crónica antes que perder la memoria perciben como van perdiendo apoyos sociales entre los que se contabilizan los amigos, vecinos, compañeros, para finalmente solo contar con los familiares de su círculo más estrecho, entre los que se encuentra su pareja y sus hijos/as, en el mejor de los casos, ya que siempre se implicarán unos más que otros. 
Es necesario, señala el neuropsicólogo, asumir que se trata de una gran responsabilidad, de un trabajo duro, de un trabajo necesariamente de equipo puesto que las cargas pesadas, compartidas se llevan mejor. Sin olvidar que de todo se puede extraer vivencias positivas, incluidas las que se relacionen con el final de la vida ya que estar dispuestos a hacer el cierre del ciclo vital con la persona enferma, en la mejor predisposición, lleva consigo un beneficio mutuo.

Una demencia, ya sea Alzheimer o vascular, requiere de quien cuida un sometimiento continuo a lidiar con las emociones, a tragar lágrimas de impotencia ante el deterioro de la persona a la que quiere. ¡Qué indiscutible protagonismo posee el que cuida!. Solo se da lo que se tiene y quien nada tiene nada da. por lo que es sumamente necesario cuidarse para poder cuidar, encontrando la forma para descansar porque, de lo contrario, a la larga, habrán dos enfermos: el que es cuidado y el cuidador. 

Es duro asimilarlo y asumirlo en estos términos pero es la propia vida. Somos seres humanos con capacidad de nacer, vivir en todo su esplendor -si se quiere y se puede- y morir. Dos míticas frases lo resumen: "Memento mori" y "Carpem diem"

Memento mori viene a traducirse en recuerda que morirás y Carpem diem nos invita a vivir el momento, el día a día. 
¿A qué viene esto? Se preguntarán algunos. 
Lo traigo a colación de que somos muchos los que, ante una secuencia de olvidos y despistes, bien por estrés o porque estamos atravesando un proceso en cierta forma traumático, lo aderezamos con el miedo a sufrir este tipo de demencia, a pensar que ya pudiéramos estar padeciendo los primeros síntomas. 

En este punto, Quico Rivero recuerda que el estrés o cualquier situación que esté fuera de lo presumible como cotidiano nos puede conducir a centrar la atención en asuntos y circunstancias determinadas que restan  atención a otras.  Una vez que esos procesos se han solventado todo vuelve a la "normalidad", si es que la normalidad existe.
En cualquier caso, ante la persistencia de determinados efectos, no está de más consultar con un especialista. No hace falta incidir -creo- en lo importante que resulta la detección precoz

Lo que no es para nada recomendable es sufrir anteponiéndonos a unos hechos, obsesionándonos con la posibilidad de padecer la enfermedad porque sería como vivir con una espada de Damocles sobre nuestra cabeza, esperando a ver si cae o no...

Carpem diem.

El futuro es incierto, intocable, no existe. Existirá en su día pero como presente. Ahora lo que existe es el día a día, este momento. Es necesario tomar precauciones, ¡claro que sí! pero no obsesivamente. 

Y, siempre que se pueda, practicar el arte del emotivo abrazo.

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