El país de los Silencios.




Cuentan que una vez, a veces, en determinado lugar, sucedían cosas realmente sorprendentes.
Algo así sucedió en el país de las páginas blancas y los silencios.

Me contaron que un día, de no me acuerdo que año, Doña Imaginación hizo acto de presencia en ese lugar  para reunirse con Doña Técnica, ambas se entendían muy bien y han compartido, desde siempre,  muchas empresas de indiscutible éxito  a lo largo de todos los tiempos. En esa ocasión, cuando aún casi todo estaba por descubrir, invitaron a la reunión a los sonidos, extraños en aquel lugar.

Ni que decir tiene que los extraños visitantes no eran esos locos ruidosos conocidos por todos, no; estos eran bellos sonidos, encantadores y sensibles al oído del más exquisito de los silencios.

Los habitantes del lugar, a la vez que agradablemente sorprendidos, comenzaron a sentir una extraña frustración en la misma medida en que la felicidad les embargaba; era una sensación complicada de explicar porque no bastaban los gestos con los que hasta el momento se comunicaban.

Doña Imaginación y Doña Técnica, consientes de lo que ocurría en el país de las páginas blancas y los silencios, explicaron a los lugareños que ese, precisamente, había sido el motivo de darles a conocer que los sonidos existían y podían vestirse de infinidad de formas: algunos de notas musicales que, agrupados en perfecto orden, formarían melodías y los otros se engalanarían resultando ser valiosísimas letras, siempre con posibilidades de crear y crear palabras diferentes.

Los silencios rápidamente intimaron con las letras y algunos, ¡hasta se enamoraron de ellas!. Algo así también le sucedió a las páginas en blanco, hasta el momento siempre impecables, sin un borrón; se sintieron tan atraídas por las letras que se dejaron seducir y adornar por ellas.

Ese momento del tiempo fue realmente importante, las palabras cobraban protagonismo aquí, allá, en cualquier parte, siempre con la intención de hermosear los silencios, alimentarlos, hacer de ellos sonidos encantadores.

Pero siempre no fue así…

Como sucede con cierta asiduidad, Doña monotonía se hizo presente y trajo consigo a Don  Especulador, quienes consideraban que todo comenzaba a ser un poco aburrido, -“siempre bellas palabras, sonidos armoniosos…¡se hacía necesario poner en marcha un plan que ofreciera un poco de emoción!, e idearon una especie de concurso en el que la palabra más fea, estruendosa e hiriente al oído ganaría.

No con el consentimiento de todos…pero el concurso se celebró.

Sobran explicaciones sobre el resultado: nacieron las palabrotas y ¡con qué éxito!

Desde entonces, las bocas se abren y con cierta facilidad, energía, fuerza en la voz y casi personalidad y orgullo, escupen las palabrotas...(y algunos se ríen porque les hace gracia estos sonidos).

Sin embargo, las palabras bellas, dulces, que expresan sentimientos de los que debiéramos sentirnos orgullosos, son condenadas a no ser usadas por los silencios,  ahogadas por la voz, censuradas y catapultadas en la garganta o peor aún, en lo más hondo del corazón…
  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Supersticiones y rituales en la víspera de San juan y San Pedro

La Cuesta, ayer y hoy

Taco, un sentimiento